lunes, octubre 24, 2016

Como agua para "café":

Mi gusto por visitar la casa de mi abuela empezó como casi todos los gustos, cuando un montón de casualidades coinciden. La casa de Yelita era fresca, sus paredes de madera permitían que las bajas temperaturas de la mañana se filtraran y aposaran en toda la casa, con ella vivían todas mis tías y en consecuencia todos mis primos. Cada mañana nos tocaba un rico café caliente con pan de agua, y todos los nietos nos sentábamos frente a la tele aun sin cepillarnos, a ver algún programa aun con las sábanas arriba de nuestras piernas.

Muchas veces corría a buscarla y la encontraba sentada en la parte de atrás de la cocina en una mecedora de madera vieja limpiando legumbres, no importaba de qué tipo, habichuelas, gandules, habas, lentejas, guisantes, arvejas; Para Yelita y desde donde mis ojos alcanzaban a entender, su momento de mayor sosiego se lo daba pasar por largo rato sus dedos por estos granos, limpiandolos de las pequeñas impurezas. Era su modo de conectarse consigo, no sé qué cosas pensaba pero siempre se la veía tan ensimismada cuando su mente descansaba y sus manos eran las que trabajaban.

Ahora bien, sin dudas a aseverarlo, sus habichuelas eran las mejores. Sé que las personas suelen decir que en su familia la cocina es la mejor, pero esto es porque no probaron las habichuelas de Yelita. Con el ajo un poco subido de punto, conseguía que siempre supieran iguales: Extremadamente únicas y deliciosas. Como las de nadie, podías comerlas solas y sentías el festín en tu boca, son muchas las veces que noté como sus habichuelas nos unían en un regocijo cómplice, del que todos saben pero nadie habla.

Cuando se proponía hacer gofio, era un evento, todos participaban, incluso mis tías que siempre andaban inmersas en sus propios asuntos. Ella preparaba cada fase como una industria, organizada y por equipos. Primero se tomaban las mazorcas, se pelaban y quitaban los pelitos, esto nos tocaba a los nietos por razones obvias alejadas del fuego. Ya limpias se le removían todos los granos a la tusa que luego se ponían a tostar, en este punto el aroma era delicioso y jugábamos a absorber todo el aire en nuestros pulmones hasta no aguantar más.

Yelita tomaba los granos dorados, siempre observaba todo el proceso, los molía en un pilón grandísimo de piedra e iba añadiendo poco a poco un montón de azúcar. A este punto las ganas de meterme a la boca el delicioso cereal tostado se volvían insoportables, el impulso ganaba y corría con mis puñitos llenos de gofio hacia el patio, donde nadie pudiera verme; su textura de arena fina, junto al sabor dulce y ahumado, terminaban atosigando mi garganta y tosiendo más de lo que podía ingerir, pero por alguna extraña razón no podía dejar de hacerlo hasta que en mis manos solo quedaban restos polvorientos de mi reciente mafia.

El gofio no era su único ritual culinario, su chocolate con maní era lo más parecido a la inigualable liturgia del café, mayormente en la cena, el olor del chocolate al añadirle los pequeños trozos de maní penetraba en todos los lugares de la casa y como invocándonos sin llamarnos, cada quien llegaba a la cocina, enviciados por el placentero aroma a buscar su pequeña porción.

Es tanto lo que se ha escrito sobre comida y recetas gastronómicas, que cuando analizo que es lo que nos atrae tanto, más que sabores son experiencias, indescriptibles, inigualables, huellas en nuestro paladar que se convierten en nuestras costumbres más cardinales.

A todo esto, lo creo cierto: De todos los brebajes que nuestra especie ha realizado desde que se le ocurrió tomar semillas, frutas o hierbas y ponerlas en remojo, desde que consiguió las herramientas para construir edificios y guisos, uniendo mundos e ingredientes, conquistando tierras y deleites exóticos, es el café el que más nos une.

Y el de Yelita era el más calentito y dulce de todos.

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Venus Patricia #DíasFelices




jueves, septiembre 17, 2015

¿Qué de qué?

Hoy amanecí con una pregunta entre ceja y ceja: ¿Qué en el hecho de conocer cambia todo?
Como se vuelve habitual algo que era ajeno y desconocido, que por mucho tiempo no sabíamos, ni compartíamos, llegan a nuestra parcela y de pronto, es como si siempre hubiesen estado allí, ¿Qué es lo que hace en nosotros que de forma natural adjudiquemos como tierra conquistada, algo que tuvo una existencia paralela a la nuestra? ¿Una existencia en la que no estuvimos involucrados hasta que lo estuvimos? A ver, no quiero complicarlos, me explico:

Al principio uno va lleno de lo que es, al final de lo que es ajeno. Cuando estas piernas que son ajenas, y estas manos que antes no estuvieron, concluyen su ciclo, terminan, mueren, se van, desaparecen, finiquito; el proceso de perder nos acerca más a lo que ya no tenemos, a lo que nunca antes tuvimos, (y esto, que aun así preferimos siempre que sea en tercera persona y no en primera, perdernos a nosotros mismos es el sótano, esa habitación oscura a la que no queremos ir... o volver).

Los finales son devastadores porque siempre hay razones, sabes por qué, porque, porqué. No hay nada que dejar a la imaginación, no hay asumir, no hay "cosas que decirte a ti mismo que supongan la falta de lo que no te dijeron" y eso, siendo uno lo más objetivo posible, palabra que a mí de hecho, me ha parecido siempre la más abstracta de la lengua española; todo el que se proclama "objetivo" es usualmente el que menos lo es. El cual, claramente es mi caso. Me leo a mi misma mientras escribo y recuerdo una frase que leí por algún papel "Te vi follar y fallar, y no sé cuando me gustaste más, cuando te contemplé proclamándote dios, o cuándo te observe confesándote humano".

Sí.

Al final, ¿qué en ceder, es ganar? ¿qué estamos perdiendo verdaderamente? ¿qué en ganar es ganar? ¿qué en lograr nos hace, nos construye? ¿qué se tiene mas que uno? ¿qué se da mas que uno?

No lo sé.

Si algo le queda a mi desvele y tormento de hoy es que los finales están normalmente llenos de motivos concretos. El principio, en cambio, de un suponer encantador. y por encantador me refiero de ignorancia...

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Venus Patricia #DíasFelices



miércoles, agosto 26, 2015

Sombrilla-Sueño-Sombrero.

Me veo la mano agarrando el pomo de una puerta grandísima, la abro y esta me conduce a una más pequeña, y dentro de esta una más chiquita todavía, a la tercera vez tengo que agacharme para entrar por el pequeño cuadrito con forma de puerta.

Me siento una manganzona en este mini cuarto al que entro, veo a un hombre pequeñísimo recostando en una pequeña cama, “Si, tipo Alicia” pienso, pero no hay ningún otro personaje, solo estoy yo y el pequeño hombre recostado en la cama, las paredes del cuarto son de un amarillo chillón y el ambiente se siente seco. Lo miro mientras duerme, estoy confundida, no sé cuál es mi relación con él: ¿lo amo? ¿debo cuidarlo?

Gateo para salir del cuarto y busco un lugar en el que pueda dormir. Hay muchas puertitas que me invitan a entrar, abriéndose y cerrándose alegremente, pero todas las habitaciones están ocupadas, voy abriendo las pequeñas puertas una a una, y solo veo desnudeces en penumbras, sombras que se mueven lujuriosas y desaparecen en negro.

Regreso a la habitación donde descansa el pequeño hombre. Alguien, no recuerdo quien (algún psicoanalista dirá que yo misma) me pasa un celular, salgo con el celular en la mano: estoy esperando una llamada. El aparato que tengo en la mano suena. Es una mujer. Quiere hablar con el pequeño hombre. No sé quién es ella, sólo sé que su llamada lo va alterar. Trato de responderle, pero al intentar hablar, las palabras, en lugar de difundirse como ondas que es lo normal, se condensan en una gelatina pegajosa y caen al suelo, plo. Digamos que por ejemplo, trato de decir: “Los ojos grandes son puertas abiertas” y las vocales de los sonidos, tratando de volverse ondas, se desbaratan en la “o” antes de caer. "Los oj o ooo o oo oo" plo. Trato de decirlo previniendo lo que va pasar e igual, plo. La mujer al otro lado del teléfono sigue ajena a mí, en su monólogo.

Voy de nuevo rumbo a la habitación amarilla. Al abrir la puertita, me golpea un frio seco como polvoso (no sé por qué tantas sensaciones si es un sueño y recuerdo el último episodio de Game of Thrones, pero no es el contexto). Dentro de la habitación todo está seco, como calcificado, la cara del pequeño hombre, las sabanas, las paredes amarillas, ahora son blancas y su textura fría se disuelve con mi tacto. “Se ha marchitado” pienso, y le digo al cuerpo blancuzco que tiene una llamada importante, el pequeño hombre toma el teléfono y con cada movimiento se desprenden capas de sequedad de sus extremidades y de su rostro. Cuando cuelgue la llamada me voy a marchitar con él y salgo gateando fuera de la habitación, fuera de la casa.

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Venus Patricia #DíasFelices

martes, marzo 10, 2015

Cica/trices - Ana Elena Pena.
























Yo digo amor,
tú dices mierda.
Yo digo hogar,
tú dices trampa.
Yo digo caricia,
tú dices roce.
Yo digo abrazo,
tú dices nudo.
Yo digo luz,
hierba
nube,
columpio,
fiebre,
café,
poesía,
muerte,
ciervo,
niño,
río,
refugio…

Y entonces callas.

Yo digo AMOR
y tú no dices
nada más
que purititas m i e r d a s .

Ana Elena Pena

jueves, diciembre 04, 2014

Persona, animal o "cosa".

"El Diablo come como la gente, pero no puede digerir nada. 
Es porque sólo el Diablo no participa en el intercambio global 
de la materia en el mundo… Si se toma un vaso de vino tinto Tokay, 
en lugar de orina excretará de nuevo el tinto Tokay.” — Milorad Pavić.

Me gustan las puertas que chillan al abrirlas, que incómodas y frustradas gritan lo que implica su apertura, su vaivén inerte y eterno, su moverse hacia ninguna parte. Me gustan, casi tanto, como las losetas rebeldes, que regalan un eco hueco de las pisadas, incluso las hay que se balancean a tu paso, como diciéndote "No te confíes, la estabilidad no existe ni en lo llano", y nos maldicen.

Normalmente, los Dioses castigan esas losetas, creándole grietas que sirven de canales subterráneos para las hormigas negras. Al cabo de un tiempo, estas losetas se sacrifican rompiéndose por la mitad para que las perdonen.

Me gusta el susurro del lápiz contra la hoja, obediente y sumiso, me gusta que se dejen... que se dejen el cuerpo en el afán de uno, sea escribir o dibujar. Los lapices mueren por un propósito superior que desconocen, mueren con fe. Me gustan los lapiceros, con su barriga llena de arrogancia azul marino y su promesa de durar para siempre. Un lapicero en la mano, siempre me hace pensar en un universo paralelo donde hay otro lapicero y otra Venus que lo sostiene en su mano y se pregunta de mi existencia. Lo cual, claro está, no deja de atormentarme.

Me gusta el desdén con el que las impresoras tiran los documentos, como diciendo "Ten, aquí está la cosa inútil que escribiste". Me gusta el papel, el papel bond, del que corta en las esquinitas, el papel me recuerda el título que no tengo, mi único honor estudiantil es saber algo de lingüística porque me gusta usar diéresis y hay muy pocas oportunidades de hacerlo. Lo demás, lo he aprendido haciendo.

Justo cuando crees que te esta yendo bien en la vida, te sientas... y la silla que te ha aguantado por tantos meses, se muere; todo empezó como una falla imperceptible en una ruedita, que por descuido, no había notado. Y ahora no tengo silla que me sostenga y debo empezar a hacer diligencias para conseguir otra.

El asunto no es la silla, lo que me sorprende es pensar, como entendiendo tan poco las cosas que nos rodean, logramos vivir vidas más o menos completas, más o menos felices.

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Venus Patricia #DíasFelices

sábado, febrero 15, 2014

Conversaciones de bar.

Anoche estuve hablando con un extraño en la barra del bar, me decía que yo le recordaba a alguien querido, que le resultaba familiar, conversamos un ratito y cuando le dije mi edad, me dijo que hablaba como alguien mayor, lo dijo como un halago, pero a mí me ofendió bastante. Le dije ¿Mayor, cómo mayor?, y me dijo que tengo un alma vieja, que mi mente viene como de otro siglo. "No, no te pongas metafísico, hablemos de vainas tangibles, no vayas a saltarme que soy la encarnación de tu abuela, por favor", le dije jugando, pero me dió la razón y empezó hablarme de posibles personas en común, y pensé que había sido una discusión demasiado fácil de ganar. Luego me aburrí, porque me di cuenta que aquella conversación era tremendamente estéril. A su lectura se le veían las costuras en los bordes y a mi determinación por concluir lo evidente, me estaban esperando.

PS. Era lindo. Pero solo del esqueleto para afuera.

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Venus Patricia #DíasFelices 

jueves, enero 23, 2014

Besos con B de bizarros.

Despejas la media, el patrón absurdo,
la etiqueta que no sella la hendidura,
boca cálida que empuja los bordes
y llena otros labios.

Humedad húmeda jugosa mojada acuosa,
nada que demostrar.
Besos que liberan demonios y les entrega tiaras;
estalactitas de baba y poros abiertos,
de suavidad tácita, de sabor a negro.

Callejón de baldosas rotas,
transeúnte de lengua, de cejas gruesas
me debates las razones, como si pudieras
y yo,
hormiga guerrera,
museo de demencias
libro batallas de ganas antiguas,
repicadas esta noche.

Con un gesto quedo aún en transito
dudo tus lunares y ya no los veo,
te muerdo para que nada, para que sí,
me ensaño con el único pelo de tu pecho
y te tatúo un beso en las cinco de la tarde.

Besos en mayúscula, en creación constante.
En esta parte del trabalenguas
nos besamos en nueve idiomas
y me susurras en cosquillas
como no soy lo que nombraste.

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Venus Patricia #DíasFelices