martes, noviembre 01, 2011

...Hoy es el día despues.

El día después siempre es confuso, siempre es lo mismo. Las mismas esperas vestidas con otros nombres y otras horas, largas, siempre largas y tontas... caminando en círculos, dejar, dejando, dejándome.

Al día después no le valen excusas, solo cobra cuentas; dosifica las enseñanzas como naipes repartidos sobre la mesa, con su cara lánguida y las cejas inexpresivas. El día después es interminable; retengo las imágenes mentales de esa maraña que se me teje en el pecho, de esa levedad fugaz que me transforma en un ocho –redondo, profundo e interminable– estancada en un que ya no es, en un yo que pasó, un instante que no existe, y que la imaginación va perfeccionado mientras más estancada estoy en ese que ya no es, en ese yo que pasó.

Entonces me obsesiono, porque rememorar siempre obsesiona, y el deseo, aun a sabiendas del dolor, es una catarsis maltrecha y enfermiza. Tan patética es la sensación que no encuentro siquiera como enojarme y me compadezco en la miseria, esa infeliz desdichada que adviertes ajena hasta que te habita, haciendo desorden, anidando tus sesos, tu cordura.

Otra vez, mil y una vez, ciclo kármico de repetir la misma boca; si tan solo me detuviera, si solo te detuvieras…pero ya mis pasos están lejos, renuncian al poder que tengo sobre ellos y se sirven a tu antojo… me desato centímetro a centímetro de mis convicciones, las veo alejarse y dejarme sola, loca, cediendo a tus colores, amontonando los míos en el sótano que nadie visitará nunca, que nadie sabe que existe. Me dejo dejar dejándome… no es que sea bruta, lo entiendo; la estupidez es infinita incluso en mi, por eso río, me río de mí por perder el criterio sin más, por dejar tendiendo en tus dedos, cual llave cualquiera, mi aroma, mi médula, mi sosiego.

Sinconsciente se hace difuso el sano juicio, me amparas, encerrándome en tu esquina, la llenas de polvo y miradas marrón claro para que no pueda respirar, con la iniquidad de despertar y estudiar la ciencia ya olvidada de necesitarme –anhelas tenerme, anhelas dejarme–, por eso me rompes, por eso no me dejas morir, no lo sabes, no es tu culpa, no es tu plan que acabe, profesas a tu sinconsciente que solo así llegaras a tu caótico nirvana personal.

No obstante, tú no sabes de asuntos filosóficos, no sabes de nada, sólo dejas caer las cosas y disfrutas el sonido que producen al romperse, no te detienen los detalles, no te fijas al caminar, ni lo que pisas, ni lo que dejas; Por eso mi hastío, sabes? Me canso y me golpeo duramente contra la pared, queriendo crear una grieta y así escapar... Pero el luego inmolado gana de nuevo, se cuela en el aire pervirtiendo el amor que intenta parirse, mata a quemarropa las caricias tardías tiradas por el piso, sin que alguna tenga la mínima oportunidad de llegar al toque, al roce. Las huellas del combate penden como un halo fantasma sobre los cuerpos; y los esfuerzos ya agotados, se marchan con la sensación del deber cumplido. Y sale perdiendo, como de costumbre, la misma persona, esa que vive al precipicio de lo absurdo, donde se desviste y se abandona de pretextos… sin que importe ya, porque no importa ya.

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Venus Patricia #DíasFelices


1 comentario:

Kattu dijo...

Que anarquía de sentimientos entremezclados, que sutilidad tan intensa. Me siento identificada con tu maraña Venus... :)